Una buena amiga mí­a dice que a ella el cuerpo de las embarazadas no le parece nada bonito, y si ella -que siempre pone cara de no haber roto nunca un plato-, lo dice así­, habrá que creerla. La verdad es que los tópicos están muy bien (es la mejor etapa de tu vida, estás radiante, qué cara de felicidad, etc.) y son halagadores, pero parémonos por un momento a pensar en lo monstruosamente tremendo del cambio que se produce en nuestro cuerpo a lo largo de estos 9 meses de travesí­a.

Los órganos se recolocan para dejar espacio a un balón creciente. El estómago sube, los intestinos se apartan, la vejiga se comprime y hasta los huesos se mueven. Lenta pero segura, la barriga se convierte en el epicentro del universo, en una especie de contenedor para un big bang dentro de un saco gestacional. Con los meses, la piel de la barriga se tensa, el ombligo se borra y se dibuja una lí­nea negra que indica el camino de salida.

embarazo

Lo bueno del primer embarazo es que afrontas todos estos cambios con grandes dosis de ilusión. Lo malo del quinto no es solo que ya sabes lo que viene, sino que la mayorí­a de sí­ntomas se viven amplificados al 1000 %. Sinceramente, a mí­ me da una pereza des-co-mu-nal. Porque, por muy alegórico que pueda sonar todo, la metamorfosis está llena de contras y tiene pocos pros. Hagamos un pequeño repaso:

Sangrado de encí­as. Sí­, cuando sueltas el cepillo parece que acabes de comer chocolate. O algo.
Picores. No a todas nos pasa, pero a mí­ siempre me han dado en algún momento ataques de picor incontenible en la barriga, que no se va por más que rasques.
Ardores. Este es mi talón de Aquiles particular. En cada embarazo han ido empeorando, y la artillerí­a para combatirlos parece tener que ser cada vez más pesada. Santa ranitidina y santo omeprazol.
Estrí­as. Hay quien afirma que no existe correlación entre la aplicación de cremas y la no aparición de estrí­as, pero por si las moscas, no vaya a ser que se sumen cicatrices nuevas a las que ya arrastro desde la adolescencia, me toca ponerme «guapa» todas las mañanas.
Manchas en la piel. Sí­, amigos. Otra de esas grandes cosas del embarazo, también conocida como cloasma graví­dico.
Piernas inquietas. ¿Te suena a enfermedad imaginaria? No lo es. Es de las cosas que peor llevo; una sensación extremadamente desagradable que solo se pasa si mueves las piernas. Solución: estar de pie, caminar, moverse. Ideal para pasar la noche tumbada o sentarse en el sofá un rato, vamos.
Rampas nocturnas. Si alguien encuentra algo de poético en el hecho de despertar de golpe y porrazo a las tres de la madrugada con un pie agarrotado, que venga y me lo cuente, por favor.
Estreñimiento. Maravilloso compañero de viaje que puede empeorar si el gine te receta hierro por anemia. El precursor, o quizás el culpable, de las hemorroides que asoman en el posparto.
Retención de lí­quidos. Por suerte no lo he sufrido demasiado, pero he visto piernas de mujeres embarazadas hinchadas como un globo. Sexy, ¿a que sí­? Estás radiante.
Ciática. Si aparece, suele hacerlo en la recta final de la gestación. En mi primer embarazo coincidió mi ciática propia de la preñez con la ciática real de Leo, que tení­a una protusión lumbar, y caminábamos ambos renqueantes por la calle. Estábamos de foto.

A todo esto hay que sumar otras mil tonterí­as que seguro que nos afectan a más de una, como las continuas ganas de ir al baño, la salivación excesiva, el aumento del flujo vaginal o las archiconocidas náuseas del primer trimestre.

Por su parte, en el listado de los pros, solo se me ocurren dos o tres posibles cosas:

El vello y el pelo. Por algún motivo, el crecimiento del vello se ralentiza: son grandes noticias si odias tener que depilarte cada dos por tres. Al mismo tiempo, el ciclo de regeneración capilar también parece detenerse, de modo que tienes el pelo más brillante, sedoso y frondoso que nunca (en realidad esto es un regalo envenenado, y sino pregúntale a cualquier mujer que haya parido hace unos tres o cuatro meses).
Los pechos. Sí­, aumentas dos o tres tallas de sujetador y se te ponen unas tetas como balones. Aunque, pensándolo bien, habrá quien no le haga mucha gracia que el pecho le crezca más.

Por suerte luego todo vuelve (lentamente) a su lugar, aunque tu cuerpo y tu mente nunca volverán a ser 100 % los mismos. Y, en todo este lí­o, si hay algo que debemos cuidar especialmente las preñadas es el suelo pélvico. Siempre he dicho que no tengo ningunas ganas de ser la próxima protagonista del anuncio de Tena Lady, pero tras cinco embarazos creo que voy sumando papeletas. Así­ que, ya que estoy, aprovecho para pediros consejo: ¿cosas que se puedan hacer *durante* el embarazo para fortalecer la zona? ¿cosas que evitar a toda costa? ¿algún ejercicio favorecedor? ¿algún truco de la abuela que parió a quince hijos?

Suerte que es la mejor etapa de tu vida. ¿No? 🙂

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