“Pero… ¿otro?” “¿Otra vez?” “¡¡¿Qué?!!” “¿Es broma?” “¿Tú eres del Opus?” Cuando una cuenta que está embarazada del quinto recibe todo tipo de interrogantes por respuesta (y de las caras que pone la gente, mejor ni hablemos. Son para sacar el móvil e inmortalizarlas). Pero que no cunda el pánico: os aseguro que TODAS estas cosas (vale, excepto la del Opus) ya me las dije yo a mí misma mirándome al espejo al ver el positivo en el test de embarazo.
Con la vista clavada en las dos rayas, el pensamiento racional te hace centrarte en los números y te preguntas cómo puede haber ocurrido otra vez: las fechas no coinciden, no había nada que te hiciese sospechar de ello, y la probabilidad real de que haya un ser en tu interior debería ser tan baja como la de que te toque la lotería. Por su lado, el pensamiento emocional te lleva a imaginar lo bonito que sería sentir otra vez olor de bebé en la casa, poder acariciar a un ser minúsculo y frágil y dejarte llevar por un torrente de oxitocina en el subidón del postparto inmediato.
Así pasé las primeras semanas, sin barriga perceptible ni síntomas demasiado aparentes, y con mi cerebro aparcando la noticia en segundo plano mientras intentaba seguir haciendo mi vida, sin más. Pero así no funcionan los embarazos. Aunque el cerebro aparque la noticia en quinta fila, las cosas siguen su curso y, con el paso de los días, el cóctel de hormonas empieza a tener efectos secundarios.
La necesidad imperiosa de comer algo desde la mañana hasta el anochecer para apagar una leve sensación nauseosa me obligaba a llevarme bocadillos de jamón antes de las sesiones de bebé, sandwiches de salmón y huevo entre sesión DIY y sesión DIY, y a darme algún atracón de palitos antes de recoger la cámara para volver a casa. Sumémosle digestiones pesadas, inapetencia por el 99 % de platos que te propone tu pareja para cenar y la imposibilidad de disfrutar de una cerveza que no sea cero.cero.cero, y la cosa se pone divertida.
¿Y el sueño? ¿Quién no ha pasado el síndrome de somnolencia aguda en el primer trimestre? El que te proporciona la magnífica habilidad de desconectar de la realidad en cualquier momento o lugar. Y os aseguro que dormirse mientras tienes a tres locos bajitos en el comedor jugando a ser piratas con espadas saltando de sofá en sofá y la niña lloriqueando que quiere una mandarina, tiene *mucho* mérito. Pero se puede, vaya si se puede.
Dadas las circunstancias, y en vista de que las dos rayas no eran un espejismo, una termina rindiéndose a la evidencia y decide difundir el notición para aligerar la carga y compartir la alegría. Y también para reírse un rato con las caras de la gente, lo admito 🙂
Pues así estoy yo: este año no me ha toca la lotería. SOY la lotería: la Grossa. Apártense, que aquí viene otro barrigón. Esperemos que sea leve.