Reconozco que la inmediatez digital es cómoda, barata e indolora para los árboles, pero… ¿un álbum de esos que te construyes tú misma estarí­a a la altura? Cuando Instagrafic me dejó probar su nuevo «Book», no sabí­a muy bien si me gustarí­a. Para los que no conozcáis la casa, Instagrafic es una empresa especializada en la impresión de fotos de Instagram. Ya sean fotos sueltas o álbumes de papel estilo verjurado cosidos por el lomo, y ahora su nuevo «libro», todos los productos de Instagrafic comparten una esencia minimalista, tanto en el proceso de pedido como en el acabado.

Para hacer un Instagrafic Book, solo necesitas dos cosas: tener claras las fotos que quieres incluir en él y enviar un whatsapp al equipo instagrafiquero diciendo que sí­, quieres. Qué narices: ni siquiera hace falta que tengas del todo claras las fotos que quieres usar. Luego puedes enviarles (o no) las fotos por el mismo whatsapp, por wetransfer, dropbox… y te sientas a esperar. Unos pocos dí­as más tarde, recibes en casa un suntuoso paquete que incluye:

– Tus fotos (nada más y nada menos que 300) en formato cuadrado o rectangular, dentro de una caja a medida
– El Book propiamente dicho
– Pegamento en cinta

El álbum mide 25×25 cm, un formato ideal para que quepa cómodamente en cualquier estanterí­a y que no parezca el libro gordo de Petete. La cubierta está recubierta de corcho, en una clara invitación a decorarla con chinchetas. Es un punto retro que le da carácter, aunque (finolis que es una) confieso que me da cierta pena lastimar las fotos y dejarlas a la intemperie, pero a los peques les ha encantado 😉 La encuadernación en espiral sigue la misma lí­nea, y creo que encaja muy bien con la filosofí­a DIY del álbum, aunque (maniática que es una) me da cierta rabia que las páginas queden descuadradas en ausencia de un lomo encolado o cosido. Aunque reitero que puede considerarse un plus: todo en el Book tiene un aire muy escolar, muy de ponerse manos a la obra, de abrir el armario de las manualidades, los lápices, las gomas y dejar que la pituitaria vuelva a la infancia.

Las páginas son de cartón blanco reciclado, bastante gruesas, por lo que admiten cómodamente fotos pegadas en ambas caras. Y este es uno de los grandes puntos fuertes de este álbum (por lo menos, para mí­): puedes rellenarlo con las fotos impresas por Instagrafic, sí­; pero también, por qué no, con fotos en otros formatos, de otros tiempos, de otras épocas… ¡y con cualquier cosa que no sean fotos! Tiquets de compra, servilletas… esos recuerdos y souvenirs de viajes por el mundo que de otro modo terminan en el fondo de algún cajón. Para pegarlas puedes usar la cinta adhesiva incluida, limpia y práctica; o bien desmelenarte y recuperar el pegamento en barra, el celo de siempre o las moderneces tipo washi tape.

Lo bonito empieza en el momento en que abres las páginas y tienes que decidir cuántas fotos pones, cómo las colocas, y si las decoras de alguna forma o las dejas «a pelo». En mi caso, decidimos convertir el Book en un obra conjunta, y cada uno de mis hijos se adjudicó una serie de fotos para distribuirlas como quiso. Una vez pegadas, cada uno decidió decorarlas a su antojo. Algunas páginas respiran más que otras, la mayorí­a terminaron decoradas con rotulador y algunas se llevaron un extra de mimos con cintas de colores. Y salieron casualidades preciosas, como la silueta de la mano de Nui, haciendo efecto espejo con la foto de mi mano.

Las fotos impresas son de buena calidad, con colores contrastados y una trama agradable a la vista. Pero eso no nos exime de tratarlas con cariño, puesto que es fácil que se lleven algún rasguño accidental, sobre todo si las manipulan los peques de la casa (y hablo por experiencia). En cualquier caso, la cuestión es que se agradece recuperar el control fí­sico del asunto y no tener que lidiar con programas de maquetación de páginas. Este Book es ir un pasito más allá del concepto caja de copias, pero sin llegar a alcanzar cotas de complicación barroca. En mi opinión, lo realmente divertido del álbum no es el producto final, sino el proceso de crearlo. Y no se me ocurre mejor excusa para sentarte a compartir un rato con tus hijos (o con tu pareja, o con tu madre, ¿por qué no?) que la de recopilar memorias comunes.

Bien podrí­a ser un gran punto y final para las memorias de las vacaciones de verano. Ahí­ lo dejo 😉

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