Si has venido a leer un post sobre consejos para viajar con niños estilo pinterest, te has equivocado de sitio. Empezando por el hecho de que estamos en octubre y el mes de las vacaciones por antonomasia en este paí­s es agosto, así­ que es un post fuera de temporada. Aquí­ no encontrarás recomendaciones sobre looks que poner a tus hijos en verano, ni sobre la marca top de loción antimosquitos, ni sobre el cochecito de moda más cool para pasear mientras tomas un helado chic. Me temo que tampoco podré darte ningún consejo sobre cómo entretener a los más pequeños en el coche con actividades que estimulen sus inteligencias múltiples, ni cómo prepararles un sano y sabroso snack en una fiambrera kawai. Y ni se te ocurra preguntarme si deben llevar bañadores normales o de esos que cubren todo el cuerpo, porque no tengo ni idea (los mí­os son de topless y bottomless, si me despisto).

Yo querí­a contar algo más prosaico, y un poco más í­ntimo también. En realidad, era una perspectiva que me aterraba: ¿vacaciones con cinco hijos? ¿Con un bebé de dos meses y cuatro locos bajitos? Total, ¿qué complicación puede tener el hecho de cruzar la pení­nsula de punta a punta en coche y con un solo conductor, para pasar unos plácidos dí­as en tierras gallegas?

Tení­amos el coche alquilado desde hací­a meses. Guardábamos la hoja de papel de la reserva como un gran tesoro bajo llave. Tení­amos las maletas preparadas, llenas hasta arriba de ropa adecuada para el verano barcelonés y las noches fisterranas. Hasta tení­amos un poco de fruta, galletas, botellas de agua para el trayecto, pañal para la niña por si se dormí­a en la sillita, Maclaren nuevo para el pequeño (gracias, you know who you are!!)… pero no todo iba a ser perfecto. Estos son mis aprendizajes forzosos de nuestra escapada.

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Imprescindibles para viajar: wallapop is your friend.

La primera regla de oro si tienes que largarte en coche pero no tienes coche propio es comprobar que tengas sillitas para todos. En mi neuropatí­a aguda postembarazo, estaba convencida de que así­ era. Visualicé en mi cabeza las sillitas perfectamente ordenadas en el armario. Mes de agosto, sábado por la noche. Dos dí­as antes del dí­a D. Abrir el armario y descubrir con horror que no, no hay sillitas para todos. ¡Santo wallapop! Maxicosi, 25€, check. El domingo por la tarde tení­amos sillita para todos.

¿Te gusta jugar? Practica el tetris.
Llega el dí­a y recoges el coche. Grande, espacioso, siete plazas. Baja el costillo con todo el equipaje mientras los demás nos quedamos bajo el chorro de aire acondicionado, instala las sillitas y… vuelve a subir. Las maletas no caben. De hecho, la mitad del equipaje no cabe. Son las doce del mediodí­a y nos esperan unas 8 horas de viaje de Barcelona hasta Burgos, tenemos que salir sí­ o sí­ y no hay tiempo para un plan B. Aquí­ es donde se ponen a prueba todas tus neuronas: mientras sujetas al bebé con una mano e intentas no perder la calma con los otros cuatro cachorros que preguntan insistentemente cuándo saldremos, empiezas a vociferar y a abrir cajones y armarios en busca de objetos olvidados: ¿nos llevamos la mochila de nuestra época mochilera? ¿las mochilas del cole de los niños? ¿¿Dónde NARICES metemos nuestra ropa?? Fácil, fácil: en bolsas de basura. Así­, desmontadas la mitad de las maletas y rehechas en forma de bultos moldeables, conseguimos meterlas por todos los huecos imaginables. Muy glamurosos no í­bamos, es cierto; pero estábamos listos para partir.

Busca un buen intérprete
No hay viaje que se precie sin ayuda de un GPS inteligente que te dice cuál es la mejor ruta posible en cada momento. Y no hay viaje que se precie sin una copiloto que se equivoca interpretando las instrucciones del GPS (efectivamente, esa soy yo). En estos momentos es cuando hay que aplicar la máxima de «be water, my friend» y disfrutar cada segundo del monótono paisaje de la autopista cuando el aparato te dice «Dé la vuelta AHORA» y tienes que deshacer 10 km.

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¿MacGyver o MacLaren? Manduca
Consecuencia directa de tener que hacer recortes en el equipaje fue que el cochecito se quedó en casa. Así­ que, una vez más, no subestiméis las ventajas del porteo. Naoki aka #miquintoelemento fue a todas partes pegadito a mí­, y tan feliz. ¡Y mi espalda sobrevivió al trote!

A asearse, que es infinitivo
Otra consecuencia directa de los recortes en el equipaje es que no llevábamos ninguna cunita para el pequeño. Tampoco es que me molestase, porque con dos meses el colecho es nuestra rutina nocturna. Pero sí­ que eché de menos la ausencia de una bañera para limpiarle cómodamente. Aunque donde esté un buen lavamanos… que se quite todo lo demás 😛

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A falta de paloselfie, bueno es un gran angular
Lo malo de ser fotógrafa es que difí­cilmente sales en las fotos familiares; lo malo de ser fotógrafa e ir con un bebé en una Manduca es que él tampoco sale apenas en las fotos de las vacaciones. Así­ que echamos mano del gran angular: las cabezas quedan deformadas pero, oye, cupimos todos en la foto. Aunque siempre es mejor si puedes pedirle a una colega fotógrafa que te eche una mano (te lo agradeceré siempre, Esther!).

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Sabí­a que estas vacaciones no serí­an fáciles; sabí­a que nos faltarí­a sueño y energí­a, y que no podrí­amos hacer grandes planes. Pero lo bueno de estas pequeñas aventuras es que terminas quedándote con lo esencial. El resto puede esperar. Y -no nos engañemos- no todo el mundo puede contar como anécdota familiar que llevó el equipaje en bolsas de basura. Así­ que: sí­, se puede viajar con cuatro pequeños y un bebé. Y, si te esfuerzas un poco, hasta puedes disfrutarlo 😉

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