winter_famFoto: People

 

Mientras daba forma a la renovación de la web y me planteaba qué contar sobre mí­, me pareció obvio mencionar que tengo cuatro hijos. Parece que hasta intimida. ¿¿Cuatro?? Me lo llegan a decir hace unos años y no me lo habrí­a creí­do ni yo. Y no es algo de lo que presuma, como quien acumula trofeos (o, por lo menos, ¡intento no hacerlo!) ni creo que sea un dato que me defina como persona. Pero sí­ que explica bastantes cosas sobre mi situación actual.

De vez en cuando alguien me pregunta cómo me organizo con tres churumbeles y un bebé, y mi respuesta es casi siempre la misma: no me organizo. Pero es que es cierto; es así­. Vivo en una desorganización permanente, en un ir y venir de lavadoras por tender y ropa por ordenar, un continuo «¿quéhacemoshoyparacenar?» y una falta de sueño casi crónica, todo bien regado con los miedos, dudas y errores que asaltan a cualquier madre. No me hace mejor ni peor, aunque quizás sí­ me hace perder más neuronas por el camino.

Siempre he trabajado por mi cuenta, de modo que mi conciliación ha sido obligada y querida a partes iguales. Tiene sus pros, como el hecho de poder dejarlo todo para recoger a un niño enfermo tras recibir la (siempre temida) llamada del colegio. Y el hecho de llevarlos conmigo a todos lados (me ayudan a preparar las entregas a los clientes). Y el disfrute que supone levantar la vista del ordenador y poder ir a hacerles unas cosquillas. Pero también tiene sus contras, por supuesto, como la imposibilidad de mantener una conversación telefónica coherente con ellos alrededor (de ahí­ que prácticamente haya desistido de responder a llamadas fuera del horario escolar). O la obligación de llevar una agenda con múltiples recordatorios de cada tarea (y, a pesar de ello, olvidarme de más de una).

Una de las consecuencias del nacimiento de Nui es que se ha convertido en testigo y espectadora en primera fila de casi todas mis sesiones. Al principio se hizo un poco duro, porque su patrón comer/dormir era bastante caótico. Ahora pasa gran parte del rato sentada en una «tumbona» a medida mirando al personal. Y me imagino que dentro de tres meses más, la tendré desordenándolo todo. El año que viene -si todo va bien- entrará en la guarderí­a y recuperaré una parcela de vida adulta por unas horas al dí­a.

De todos modos, en retrospectiva, creo que no sabrí­a ni querrí­a hacerlo de otra forma. Pero os diré un secreto: somos un equipo. Ninguno de los malabarismos vitales que realizo funcionarí­a sin la otra pieza clave del engranaje, que es el padre de las criaturas. Sin él, yo no me tomarí­a un café por la mañana. He dicho.

En resumen: si me queréis decir algo, no me llaméis. Mejor dejadlo por escrito. Y cuando lleguéis al estudio y veáis a una bebé con pelos de loca: es la mí­a 😉

 

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