Seguro que os suena la escena: el bebé no hace nada particular. Mueve los brazos, tuerce los pies. Si ya tiene unos meses, con un movimiento lento consigue agarrar un objeto con la mano, lo mira atentamente y se lo lleva a la boca para llenarlo de babas como quien relame un helado. Emite algún gorgorito de júbilo. Y una no es capaz de quitarle la vista de encima, como si fuese un culebrón de los que enganchan. Mucho. Lo suficiente como para comer palomitas sin parar.

Así­ estoy yo con Nui todo el dí­a, enganchada a ver su espectáculo, reprimiendo mis continuos instintos de achucharla, abrazarla y besuquearla (mientras ella hace como que mira para otro lado, totalmente inmune al tema).

Pero es que yo eso del amor de madre no me lo trago. Me niego a creer que estemos programadas para bajar la guardia y caer rendidas a los pies de nuestros bebés, hasta el punto de ser nosotras quienes necesitamos babero, y no ellos. Estoy convencida de que desprenden algún tipo de feromona que nos doblega las neuronas, y que si se pudiese patentar ese eau de lactante serí­a un éxito de ventas. Rí­ete tú del efecto Axe.

noah-nui-twins

Aunque también debo confesar que no todos los gorgoritos de bebés me afectan por igual. De hecho, a veces en el estudio me encuentro con caras que, a primera vista, se me antojan extrañas, aburridas o inexpresivas. Y entro en un ataque de pánico interior (¿podré sacar algo de esta criatura? ¿conseguiré tener alguna foto en la que no parezca un alien? ¿lograré no fijarme en esta parte de su ser? ¿verán los padres lo que yo veo? ¿se dan cuenta de que…? ). Y así­ empiezo la sesión, en modo defcon 2, convencida de que el resultado será terrible y de que solo conseguiré acentuar más mi visión de sus rasgos menos favorecedores.

Lo bonito del asunto es que, en algún momento difí­cil de precisar entre la foto 50 y la 100, mi cerebro hace un clic. No sé si las moléculas de eau de lactante empiezan a afectar a mi pituitaria, o es que al poner el ojo en el visor de la cámara mi cerebro aplica un niveles auto, o simplemente es que pierdo el miedo escénico. Pero de repente me pasa como al protagonista de la pelí­cula Lego y lo veo todo: gestos, sonrisas y detalles de esos que te llevarí­an a comerte a la criatura en un ataque de antropofagia desbocada. Osease, canibalismo. Pero a besos, claro.

Premio al que dé con la fórmula secreta.

 

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