Lo mí­o no es el soliloquio oral, lo sé. Me gusta charlar y conversar, pero hablar en público, sin interrupciones del interlocutor… ya es otra cosa. Mi problema es que me voy por las ramas. Ayer estuve hablando ante un grupo de alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México por videoconferencia (imaginad la estampa: niños aislados y contenidos en el salón gracias al poder infinito del combo pizza+TV, yo en la habitación contigua a puerta cerrada). Empecé muy ordenadamente (hasta me hice un miniguión en uno de mis post-it de los chinos) pero, tal como temí­a, terminé divagando (lo siento, ¡chicos!).

A pesar de todo, me parece genial que la tecnologí­a nos permita estos encuentros virtuales, y no puedo hacer otra cosa que sentirme agradecida por la oportunidad. Me sigue pareciendo futurista el hecho de poder ver y conversar con gente al otro lado del charco. En tiempo real. Casi como si estuviera yo en su salón de actos. O ellos en mi habitación (con la pizza, la TV y los niños de fondo).

Curiosamente, mientras preparaba unas horas antes mi miniguión, surgió algo que llevaba tiempo meditando pero no era capaz de poner negro sobre blanco. Y me salió así­, de repente. Sobre un post-it. Tiene que ver con el porqué hago lo que hago. Es lo que me engancha, lo que me fascina, lo que me ata a fotografiar a bebés recién nacidos: el factor sorpresa. La incógnita. La ruleta rusa.

La verdad es que, aunque siempre haya un contacto previo con los futuros padres antes de la sesión; aunque intercambiemos mensajes o hablemos por teléfono; aunque rellenen un formulario contándome un poco más sobre ellos… nunca sé con quién me voy a encontrar ese dí­a delante del objetivo. Cuando digo incógnita no me refiero al hecho de preguntarme si seré capaz de dormir, posar y fotografiar al bebé que entra por la puerta (que también). Me refiero a que esa personita acaba de llegar al mundo y sus padres apenas están conociéndole, y de algún modo yo vivo ese proceso al mismo tiempo que ellos, en forma acelerada.

Hay mañanas en las que llego al estudio con la cabeza en otra parte. Pero (los que me han visto trabajar creo que pueden atestiguarlo) en cuanto llega el protagonista del dí­a, pierdo literalmente el mundo de vista y ya no existe nada más. Con lo que me gusta recurrir a la palabra, escrita y hablada… me veo, en mi trabajo, interpretando pistas no verbales. La comunicación con un recién nacido se da en otro plano, mucho más intuitivo, más emocional, más primario. Se da a través del tacto, de los gestos, del calor y el sonido. Durante ese acto de conocimiento del bebé, estoy constantemente buscando huellas, movimientos, signos que me indiquen cómo es esa persona que tengo delante.

Y es esa incógnita la que me engancha por completo, la misma que me hace preguntarme si algo de todo eso se verá en las fotos, y si de alguna forma su carácter trascenderá en el conjunto de imágenes. Me encantarí­a que, dentro de unos años, alguien sostenga una foto entre las manos y exclame «¿Lo ves? ¡si es que ya eras así­ cuando naciste!».

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