Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Pero desde mi punto de vista egoí­sta, cada nuevo hijo ha sido un poco mejor. Una de las cosas que probé en su dí­a con el primero fue el porteo. No recuerdo por qué; quizás porque lo mencionaban en alguna publicación sobre maternidad (de esas que solo lees con el primero y luego hojeas en la consulta del ginecólogo para echarte unas risas). La cuestión es que no llegué a usar la mochila más de tres veces: me parecí­a incómoda, me dolí­an los hombros (mucho) y las lumbares (que las tengo mal desde hace años) y al terminar el trayecto quizás el peque se lo habí­a pasado muy bien viendo el mundo (porque miraba hacia afuera), pero yo solo habí­a visto su nuca, y poco más.

porteo_teoPorteo con Teo, 2007

Con el segundo y el tercero no volví­ a pensar en llevarlos colgando, la verdad. Y no sé muy bien cómo, al llegar la cuarta, surgió de nuevo el tema: mochilas, fulares, mei tais, bandoleras… un mar de ideas en el que perderse. Terminé usando un fular elástico durante las primeras semanas, que me pareció el invento del siglo. Fantástico para llevar su cuerpecito de ranita pegado al tuyo, en constante contacto. Quizás un poco pesado de montar y desmontar, con tanta vuelta y nudo (aquí­ una, que es impaciente por naturaleza), aunque para mí­ el gran handicap era no poder dar el pecho fácilmente sin tener que atar, desatar, subir camiseta, bajar sujetador en una suerte de acto de contorsionismo que no resulta especialmente armonioso mientras la boca de tu polluelo te reclama famélico. Vamos, lo tí­pico que entras en el bar a tomar algo y montas la escenita. Pero desde aquí­ les pondrí­a un monumento a los inventores del aparatejo, porque gracias a él Nui estuvo durmiendo durante muchas sesiones en el estudio, porteada por su padre, mientras una servidora fotografiaba a bebés ajenos.

Cuando la pequeña habí­a ya subido de peso y empezaba a tener un poco más de fuerza para aguantar el cuello y el tronco, caí­ presa del encanto de las mochilas de nuevo. Pero no de la que habí­a tenido con Teo, sino de una mochila con un adjetivo calificativo que no deberí­a pasar desapercibido: ergonómica. Maravillosa palabra. Música para los oí­dos. Bálsamo para el cuerpo. Sí­, es cómodo portear a un bebé de 8 kg en una mochila. No, no duelen los hombros (nada de nada). Sí­, se cargan un poco las lumbares cuando llevas mucho rato. Pero la peque viaja encantada. Nos vemos, nos podemos tocar, y si se aburre de ver mi cara solo tiene que girar la cabeza a un lado u otro para ver más allá. Y si le entra el sueño, apoya la cabeza y a dormir.

porteo_nuiPorteo con Nui (y cámara a mi espalda, eso es de valientes), 2014

No sé si el porteo fomenta el ví­nculo madre hijo o si desata un torrente de oxitocina por las venas. No he querido menos a unos ni más a otros por portearles. No sé si es vital fomentar ese apego fí­sico, o si es perjudicial no hacerlo. Lo bonito de tener cuatro hijos es que empiezas a ser del club de los «raros», y te da un poco igual lo que digan las revistas, las amistades o la vecina del quinto, porque haces lo que buenamente puedes y lo que te dicta el estómago. Lo bonito de tener cuatro hijos es que te sientes algo más tranquila, relajada y preparada para afrontar lo que te traiga la maternidad. Lo bonito de tener cuatro hijos y, además, dedicarte a fotografiar bebés adentrándote en el mundo de la maternidad y la crianza, es que el tiempo moldea continuamente tu visión de las cosas. Para bien, espero.

Así­ que, si tenéis consejos sobre la materia y me podéis ilustrar, soy toda ojos.

 

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